Guerreros del Metal

miércoles, 22 de febrero de 2012

[Reflexión] El Alma se apaga...




En 1.931, el autor húngaro Lajos Zilahy publicó una novela llamada: “El Asilo del Alma”, pero mundialmente conocida como: “Las Cárceles del Alma”, en idioma húngaro: “Két Fogoly”. Esta novela, al igual que “El Cura de Malta” de Nicholas Monserrat, me marcaron por siempre, puesto que siempre me identifiqué con el perdedor (el loser) de las historias, pero fue una identificación fatal, porque hoy me ha tocado a mi, ser el perdedor, no hay matices, es cosa de ganar en la vida, o perder. Es una obra muy conmovedora, donde sus personajes son sublimes y terrenales a la vez. Es imposible leerla y no sentir compasión... por ellos, pero cuando tú vives algo parecido… esta obra adquiere otra dimensión insospechada.

El protagonista de la novela de Zilahy, Pedro es un joven patricio caído en desgracia (algo así como decimos en Venezuela: Clase Medio-pelándo bola), ex – funcionario publico, que luego va a la guerra (I Guerra Mundial). Su igualmente joven pareja, Miett es una niña huérfana de madre, patricia también pero en una mejor posición (en Venezuela lo llamamos: Clase Medio-oligarca), su padre es un juez retirado. Pedro sintió desde un principio, o al menos eso fue lo que yo sentí al leer, que pese a todos los esfuerzos que hiciera en su vida, tendría un “limite”, sentía en el fondo que estaba pagando un karma que desconocía. Miett, era el sueño de todo hombre, una muchacha linda y refinada (en la novela se narra que un poeta, ya de avanzada edad, se suicida porque entiende que tuvo que haber nacido 30 años antes para poder conquistarla…), en todas las fiestas de esa sociedad húngara de los primeros años del siglo XX, era el objetivo de todas las miradas, tanto de las mujeres como de los hombres. Pedro se enamora de ella por su letra, era un experto en describir a las personas según la forma de su letra, y en las fiestas todos querían que les interpretase su letra.

La guerra llega, y Pedro se ve obligado a partir, atrás queda una Miett sola, y sublimemente bella… Pedro nunca llega, sin embargo, en el transcurrir de la guerra, Miett conoce a otro hombre, y termina enamorándose. Pedro cae prisionero en el Frente ruso, pero no deja de escribirle. Miett no sabe que decirle, presentía que moriría, y desea que sea feliz hasta el final de sus días, y no le cuenta que se enamoró de otro hombre, un diplomático húngaro (con quien al final de la historia, se casa y se va del país).

Pedro muere en cautiverio, y la noticia le llega a Miett. Para ella la noticia fue más bien una liberación, porque así no sentiría sentimiento de culpa para cuando Pedro regresara a casa y supiera que ella se había enamorado de otro.

Hoy debo confesar, que mi nivel de empatía hacía Pedro fue tal, que pensé más allá de la muerte misma de Pedro: ¿Qué pasaría con esa pobre alma cuando, ya en el más allá, descubrió que el amor de su vida, lo había traicionado en vida, todo ese tiempo que intercambiaron cartas a la distancia?...

Para algunas personas, esta novela no es ni de lejos la mejor de Zilahy, algunos la han descrito como “aburrida”, pero para mi fue casi una revelación. Yo pienso que hay que estar predispuesto para entender o no algo, hay un contexto muy complejo, en el cual un ser humano entiende las cosas mejor que otro.

Tuve una pesadilla el año pasado (en junio), soñé que era Pedro, y le conté el mismo (el sueño) a mi Miett.

Hay un libro llamado “El Libro de la Derrota”, donde según (no lo he leído), caricaturizan la derrota, pero no, en la vida real: Unos ganan, otros no. Esa es la dura verdad.

Me queda el consuelo de que viví intensamente la ilusión, pero soñé demasiado…

El guerrero se cansó tras 38 centurias, que digo, años de lucha...






PD: Preferí utilizar el nombre de otra novela (de 1.932) de este escritor húngaro, que le escribió al alma en todas sus facetas.


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